Y si hubiese ido a urgar debajo de su cama, habría pillado una caja que contenía dentro un número más de lo que él esperaba.
Pero las únicas cajitas que se abrieron, fueron la de los helados, que siguen atorados como sardinas duras del fracaso.
La única cajita abierta fue la de pandoras y rabias e iras, esa noche del viernes, en que no sé si por la pierna, o por la herida, o por lo mañosa, o por el exámen, o por quedarme sola por quererlo sólo a él, exploté sin que intentase contenerme.
Porque en vez de desactivar la bomba, atinó a puro cubrirse la cara.
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